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Horno Fueguitos

#18 Primero fue la tierra

Remover la tierra para alcanzar el agua fue lo primero.
Ensuciarse las manos en el barro fue el resultado y su consecuencia.
Bailar con ese barro, acariciarlo hasta que se modelara, encariñarlo con arrullos e irreverencias, e invitarlo a jugar con mil formas, colores y texturas.
Luego vino el fuego. Siempre el fuego que cicatriza cada historia.
Y así, entre manos sabias, junto a la paciencia y al calor del horno nacieron algunas preciosas vasijas, algunas ollas y otras oquedades que guardarán secretos del bosque, en Fueguitos.

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#17 Bebé de Mutisia

Cachorrito de Reina Mora.
¿Nacerás esta primavera? ¿Mutisia o Reina Mora?
¿Importa acaso el color de la belleza?
¿Serán naranjas las sonrisas tras ese fondo verde?
¿O lilas los lazos que se aferran a tu ternura?
Semillitas que vuelan, y que cuando vuelvan los soles tibios empezarán a ponerle matices y colores a tanto bosque enmarañado. Se esconden entre el Michay y los Radales. Aparecen de sorpresa trepando oquedades, regalándonos su magia nativa y patagónica.

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#16 Tranqueras

Ciertas tranqueras marcan el final de un camino. Otras simplemente el desaliento a transitar la utopía del horizonte perdido.
¿Por qué se nos ocurre entonces, poner una tranquera en Fueguitos?
Simplemente porque la concebimos como la puerta de nuestra casa, que siempre estará abierta hacia los buenos corazones, las miradas tiernas y las palabras sensibles.
Quienes lleguen con sus enojos escondidos, sus penas en llanto o sus ilusiones perdidas, inexorablemente serán envueltos por un viento blando y dulce, que nos permitirá hallarnos en una mirada, y entender que la tranquera solo es un buen punto de encuentro y motivo de celebración de los abrazos.

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#15 Golondrinas

Revoloteaba. Plumas y ramitas en su pico. Iba y venía con su andar nervioso hasta el resquebrajado hueco de un viejo poste maltrecho. Agotado terminó la tarde, pero sin más y acicalándose su traje de gala, convocaba a su reina al palacio recién construido.
Ahí llega ella, luego del fervoroso trabajo de su compañero, con sus reflejos azules, radiante, altiva, hermosa y grávida.
Nacerán en octubre. Y será ella con su cuerpo quien dará calor a cada huevecillo. Saldrá varias veces del nido, sin hacer ruido para no alertar a quienes irreverentemente arrebatarían sus crías. Volverá de inmediato, luego de un breve bocado, a cobijar sus futuros polluelos. Los acunará bajo el arrullo del Quillahue.
En poco tiempo crecerá la familia. Y será motivo de festejo en Fueguitos del Moquehue.

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#14 Cinco añitos

Nace desde el pie.
Crece lento dicen. Homo tecnológicos que nunca tienen tiempo.
Allí estará ella. Si los nietos de nuestros nietos se animan a conservar vivo el planeta que habitamos, sin pretender convertir en mercancía cada piedra del camino.

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#13 Agua. Esencia. Lo primario es el agua.

Antitético de Fueguitos. Pero no hay fueguito sin agua.

Por eso exactamente lo primero es el agua.

Pozo, lecho de río, piedras redondeadas de volcanes y glaciares. Y allí está el agua. Limpia,
pura, con historia de siglos, fantasma de la tierra que la lleva y la ofrece redentora.
Ya está allí, agua tan sagrada como el respeto que nos merece haber comulgado con su
espíritu salvador de viajeros y caminantes. Allí está el agua. Magia de la tierra.

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#12 Quillahue

Hay un arroyo bello que en los veranos cruzamos caminando. Cuando el agua baja fresca luego de recorrer piedras milenarias, que nos muestran qué ha sucedido en este territorio de montañas, volcanes y glaciares.
En las primaveras corre a borbotones helado y en los inviernos se encauza con bardones de nieve que le pintan de blanco sus recuerdos. Arroyo viejo en invierno.
En otoño nos regala sus imágenes de fiesta, reflejando los ocres, y verdes, los amarillos y los rojos de todo el bosque reunido. Y también en otoño sus aguas se entibian y da gusto cruzarlo caminando.
¿Quillahue? Pregunta quien visita este pueblo en ciernes.
Acaso eso que hacemos, cruzar el arroyo caminando, dicen que dice el mapudungun.

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#11 Bandurrias

Impronta de garza bruja hardcore.
Un pájaro con sonido thrash.
Bandada bulliciosa que pareciera derramar su grito metal líquido sobre la superficie del lago en los atardeceres sin sol.
Picos alargados de mueca triste, plumajes acongojados de algún gris verdoso robado en las sombras del bosque. Algo de amarillo en la cabeza, el cuello y el pecho, préstamo del Llao llao que engalana los ñires en la primavera, llevan su elegancia extrema sobre unas patas inflamadas de rubor carmesí.
Pájaros de metal diría Ludovica, Raki en Mapudungun y según marca la tradición, traen la buenaventura del hogar al que visitan. Dicen que cuando Raki se posa en el techo de alguna casa, allí habrá de reinar la esperanza y la prosperidad.

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#10 Vaquitas de San Antonio

Son del equipo de las hadas buenas. Por alguna razón, de niños jugábamos con ellas haciendo que recorran nuestras manos y brazos. Eran nuestro talismán de la buena suerte, como un trébol de cuatro hojas, pero del mundo animal. Capricho cultural que no guarecía a otros insectos como las cucarachas o las chinches verdes. Por alguna razón, estos estaban del bando de los buenos, de los lindos, y los limpitos, fuera del imaginario de todos los otros que siempre encerraban un peligro sordo.
Aquí están elles, saliendo de su hibernada. Quietites aún. Dormides. Queribles.
Detrás de esa imagen tierna y dulce de nuestros recuerdos infantiles, se esconden estas pequeñísimas máquinas devoradoras de las más diversas especies. Sí, así como se ven, tan redonditos, tan lustraditos y amuchaditos, son de los más voraces predadores de otros bichitos más pequeños.
Pero aun así la historia le sonríe a perpetuidad. Pues más allá de su instinto devastador y su hambre atávica en primavera, según nuestros ojos humanos, sus almuerzos y cenas son de otros bichos tan feos, sucios y malos que los llamamos plagas. Es decir, está bien que se los coman. Bichos con buena estrella estas vaquitas.

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#9 Se incendia el cielo

Explota en rojos, ocres y amarillos.
El mundo conocido explota. Arden las ciudades que antiguamente nos daban cobijo. Nos asustan las calles enrevesadas de angustias.
Las cabezas explotan, los teléfonos no se calman, y los cuerpos anuncian que algo se quiebra. Los huesos duelen y el alma tirita en clave de red social.
Aquí, inmutable, se incendia el cielo cada tarde.
Y no hay conciencia más remota que la de quienes impasibles miran el horizonte, que se incendia cada tarde, pero nos devuelve la mañana.

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#8 Una de hongos. Hoy, el Llao Llao.

Los hongos suelen colorear los senderos del bosque en otoño.
Mayo, es un buen momento para salir a explorar el mundo Fungi por estos lugares.
Sin embargo, con el inicio de la primavera, cuando los Nothofagus se desperezan del invierno y se despojan de las últimas nieves, allí aparecen insignificantes y breves unas uvitas que anidan en sus troncos y sus ramas. Y luego crecen, y se transforman en unas bellísimas esferas amarillo con tendencia al naranja u otras más blanquecinas del tamaño de una pelotita de golf.
Se les llama popularmente Llao Llao. Se insertan a través de una cutícula en la madera del árbol, a quien parasitan y obligan a realizar complejos procesos para procurar eliminarlos. El árbol tiende a cortar el flujo de savia en donde se inserta el hongo y realiza una especie de by pass que se transforma con el tiempo en unos formidables nudos en sus ramas.
Y más allá de que desde el punto de vista biológico se los considere parásitos, uno se inclina por festejar los fuertes lazos de crianza que desarrollaron estos hongos hermanados a estos árboles del bosque andino austral. Existe una coevolución de unos 140 millones de años entre estos Cyttaria darwinii o los Cyttaria harioti y los hospedadores Nothofagus. Son exclusivos del hemisferio sur y se han desarrollado aún antes que Gondwana se reacomodara habilitando el paso por el sur del Atlántico, que identificamos como Drake, desabrazándonos de la Antártida. Todo esto ocurrió mucho antes de la última glaciación. Por esta misma razón los encontramos actualmente en Australia o Nueva Zelanda, siempre sobre los ñires, lengas, coihues, raulíes y robles.
Estas preciosuras que iluminan el bosque, se colectan a mano y se comen frescos o en diversos platos tradicionales. Incluso cuentan que se preparaba con ellos algún tipo de chicha, pero ello es parte de otra historia.
Tienen además de su aporte a la cocina local un sinnúmero de propiedades benéficas para la salud, materia que aún merece mayores investigaciones científicas. Se los considera antioxidantes, antinflamatorios y antitumorales. Mucho más que una pelotita de golf.

Sus hojas son de un verde muy oscuro que terminan en tres brevísimas espinas, y producen un bellísimo contraste con la ternura de sus flores amarillas y sutilmente naranjas. 

Primo lejano del calafate este Berberis es una esfera pequeña y azulada. Tiene muchas pepitas en su seno que hace que comerlo sea una tarea paciente. 

Su acidez es intensa, pero acortan los derroteros del monte para quien los fatiga. 

Sus raíces permiten teñir las telas y las lanas con un color amarillo intenso, persistente y natural 

Todo el niñerío de la comarca se encarga en el verano de recoger sus frutos para que las abuelas hagan sus licores y mermeladas de michay. 

Niños de deditos azules. 

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#7 ella y las abejas

Se desvanece la tarde. El sol desapareció hace un tiempo ya, tras unas formaciones fantasmagóricas violáceas que desbordan en nubes las crestas de las montañas.  El viento del noroeste amenaza. De allí suelen venir las tormentas.

Es diciembre. Ya han comenzado a explotar las colmenas.  Dicen los que dicen que saben, que por esta zona de montaña no es posible multiplicar las colmenas.   Que hay que irse a zonas más tempranas, que para eso el valle medio, que aquí no.

Es diciembre y estamos haciendo unos bonitos núcleos que ya se han fecundado.  Estas colmenas ya llevan más de 10 años en estos parajes, están adaptadas.  Y los hacemos porque creemos que, en verdad, la opinión técnica muchas veces es fruto de una sumatoria de datos ordenados, sumados y fatalmente divididos que arroja un algoritmo que pretende certeza, pero que a veces no sabe de abejas, de ríos fríos y de flores invisibles.  ¿De dónde están trayendo ese polen?  ¿De dónde el néctar que se hace esquivo a nuestros ojos?

La noche se cae en torrentes bíblicos y parece imposible que con la tarde de sol que aún me duele en la piel, todo se haya puesto helado.  Entre sueños pienso que el paraíso no puede ser mejor lugar que este.

La carpa, aguanta el viento y el agua. Nosotros adentro felices de ser parte privilegiada de esa tormenta explosiva de primavera, en ese bosque que da cobijo y paz.  

De madrugada, ocurre lo imprevisto. Aquello que siempre sabemos que va a ocurrir algún día, pero entrecerramos los ojos y ahuyentamos esos fantasmas lúgubres de nuestra escena.  Pocos días antes de cumplir sus 85, se despidió de nadie, y así sin avisar, sin hacer ruido, casi sin que alguien se diera cuenta, ella partió.  Tal como vivió, dejando su aura angelical, transformando el mundo a fuerza de deber seres, de compromiso con su gente, y con aquella otra que simplemente se acercaba a su puerta, y ella, estrechaba su mano.

Hoy aquellos núcleos han parido colmenas.

Yo me he parido nuevamente, en la extraña soledad de la compañía de quienes ya no están.

Recuerdo aquella mano ayudando a escribir los primeros garabatos.  La que estiraba los pantalones hasta el infinito mientras crecía.  Recuerdo aquella mirada cómplice e irreverente que arriesgaba silencios, donde nadie osaba poner palabras.  Me estremece el recuerdo de su fortaleza para acompañar los padeceres propios y ajenos, y no haber recibido siquiera un poquito de esa garra para recibir estoicamente los dolores de la vida.

Los diluvios ayudan a limpiar el aire, ayudan a los ríos, a los lagos y fundamentalmente les dan vida a las flores de esta zona.  Por momentos estepa, por momentos tierra de arroyos blancos, la falda de la cordillera se vuelve muy sensible a la falta de agua.  Nuestras abejas son ingeniosas en la búsqueda de su alimento, pero para hacer una diferencia, necesitan unas buenas lluvias cada tanto y sol.  Nuestras temporadas son extremadamente cortas si las comparamos con las regiones al norte de nuestros 39° sur y casi mil msm.  La época fuerte se reduce a dos meses entre las segundas quincenas de diciembre y de febrero.  Flor Azul, Neneo, Yaqui, Manzanos silvestres, Campana de oro, Tabaco del indio o Limpia poto, Sauces a la vera del río, Diente de león, Cardas y otras pequeñísimas bellezas que aparecen y tal vez no el próximo año. 

Ella pudo caminar estos caminos, tan lejanos a su hogar de siempre. Pudo saber de las mañanas frescas con ese sol remolón para calentar el día. Vino con él, cuando ambos aún recorrían los senderos de su preciosa vida en comunión.

Se maravillaba con los colores del bosque, se apenaba con la barba de viejo que colgaba generosa de los Coihues, los Ñires y las Araucarias. Pensaba que era una plaga que los dañaba y supongo que no me creía del todo cuando le explicaba sobre las nuevas sexualidades y que la juntada de algas y hongos generaban esos líquenes, que sólo crecen en lugares donde aún no hemos llegado a contaminar suficientemente con nuestra presencia de especie pretendidamente soberana.

Amaba los arroyos a los que jamás se metía por temor reverencial a las crecientes repentinas aprendidas en sus viajes de niña a Córdoba.  Pareciera ser que los arroyos están predestinados a crecer en forma tan voraz que pueden llevarse a los niños y a sus familias desprevenidas en un breve instante. Pero tampoco superaba el agua marplatense sus tobillos en ningún caso, así que supongo que lo de la creciente era una justificación intelectual a la sensación de displacer que le significaba la irreverencia de las aguas heladas.  

Podía ser inmensamente feliz simplemente con un trozo de panal desbordante de miel.  Esa nave increíble que la llevaba con su madre y su padre de inmediato y por al menos un rato una sonrisa era testigo íntimo de la ceremonia del placer de comer.

Me mostró el desgarro que producía la mentira y la infinita paz que generaba ser buena gente. Me enseñó de la paciencia, la constancia y la prudencia. Quienes me conocen quizás adviertan todo lo que no he aprehendido.

Quizás las abejas sean un buen testimonio de ella, quien nunca puso una pinza en la colmena, pero me enseñó, como ellas, que la vida es simple, que cada uno sabe lo que tiene que hacer para ser solidarios con nuestra gente.  Que hay un interés superior al individual, que es el del colectivo, el de la familia, el de la comunidad.

Pedro S. kaufmann

# 6 ella y él

Amanece más temprano estos días. 

En Fueguitos hay alguien que se ha despertado en el momento exacto en que la bruma sobre el agua comienza a desdibujarse sobre el horizonte. Es hermoso despertar en el bosque, suavemente con algún agitar de plumas, un canto enamorado de soles, o aquel golpeteo parsimonioso en busca del secreto y misterio que esconden los troncos.

Allí están, una hermosa parejita de carpinteros.  Él gigante, cabeza bien roja y las plumas renegridas y ella en toda su negrura parece avergonzarse con sus mejillas coloradas.  Los veo al trasluz de los primeros rayos de la mañana.  Tornean el ñire como artesanos de la madera, con un ritmo y un son que seguro se replica en el ulular de la brisa.  Hay que cuidarlos especialmente.  Es una especie amenazada y este bosque de ñires, coihues y pehuenes es uno de sus lugares favoritos.  Hacen pequeños orificios en la madera en busca de su alimento, en plena armonía con la salud de cada árbol.  Son acaso tímidos, ajenos al ruido y se alejan del revuelo excitado de las cotorras y del tero centinela.  

En Fueguitos del Moquehue cuidamos el bosque y a sus aves que nos regalan cada día su compañía.

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#5 Deditos azules

Los caminos del monte se vuelven ásperos en el verano. Tierra sedienta, arbustos espinosos que se defienden del viento aferrados a la memoria de sus ancestros. 

Sus hojas son de un verde muy oscuro que terminan en tres brevísimas espinas, y producen un bellísimo contraste con la ternura de sus flores amarillas y sutilmente naranjas. 

Primo lejano del calafate este Berberis es una esfera pequeña y azulada. Tiene muchas pepitas en su seno que hace que comerlo sea una tarea paciente. 

Su acidez es intensa, pero acortan los derroteros del monte para quien los fatiga. 

Sus raíces permiten teñir las telas y las lanas con un color amarillo intenso, persistente y natural 

Todo el niñerío de la comarca se encarga en el verano de recoger sus frutos para que las abuelas hagan sus licores y mermeladas de michay. 

Niños de deditos azules. 

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#4 el secreto de las ARAUCARIAS

¿Alguna vez caminaste bajo un bosque de araucarias? ¿O acaso escuchaste el viento tibio del atardecer bajo un cielo de araucarias?

Cada una de ellas guarda cientos de años de historia. Pero, las araucarias no recuerdan las palabras escuchadas. Solo tallan en sus ramas, los sentimientos de quienes las habitaron. Y cuando la nieve cae, el calor de aquellos corazones cobija a los pájaros de la tormenta más áspera. 

Cuando pases por el bosque, no es preciso que les hables. Ellas entienden del latido de tus pasos. Y guardarán en su memoria cada lágrima convertida en sonrisa para modelar el canto de nuevos pájaros. 

Porque es ese el secreto de las araucarias. 

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#3 Esencia

Maderas y tecnología. Sílice y saberes ancestrales que se deconstruyen en nuevos materiales.

Energías limpias, que iluminan, calientan o liberan desaires de la naturaleza y el bosque.

Armonía en el entorno. Caos en el universo. Señales que se advierten en el camino de disfrutar la tierra, el agua, el otoño que se resquebraja en ocres y la nieve. La nieve. Esa nieve tan intensa como el placer de arroparse frente al fuego, sí, siempre el fuego, y celebrar la vida desde el refugio que nos reconcilia con aquellas postales esenciales que siempre quisimos vivir.

Fueguitos … es la esencia.

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#2 Brotes blancos

Termina septiembre y el sol le pelea palmo a palmo a la nieve. Recuerdos Atávicos de primavera. 

Los Ñires en pleno sueño blanco intentan abrir sus gemas. Brotan irreverentes entre heladas de los cielos estrellados, recordando que es tiempo ya de cubrir el bosque. Este año la siesta ha sido profunda, blanca, tan fría como preciosa. 

El viento se ha calmado en el lago. Al menos en este tiempo abajo es como arriba. El horizonte se invierte y se duplica en espejo. Espejismo tal vez. Otro ensueño en Moquehue.

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#1 don borges, nuestro arquitecto.

Don Borges, el anciano arquitecto de nuestros sueños andinos, se preguntaba si colocar techos de chapa negra en caída hacia el sur, o privilegiar un deck superior en el techo con maderas duras y barandas de vidrio en derredor.  Pensaba que el negro en caída libre enriquecía el paladar, pero a la vez que las terrazas eran una invitación a compartir una increíble y hermosa  copa al  atardecer.

Don Borges también se preguntaba si privilegiar maderas oscuras en el exterior y cubiertas claras en el interior. Suponía la intimidad del bosque y el resguardo del canto del sinsonte. 

– Don Borges! ¡Que no hay sinsontes en la Patagonia!

– Bien por ellos, pero nos cuidaremos del golpeteo del carpintero, respondió.

Don Borges no acaba de resolver sus incógnitas y persiste esperando que respondan quienes crean prudente cobijar sus ensueños en Fueguitos.

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